<“Yo soy joven, y vosotros ancianos;
por eso temía y sentía miedo
a exponeros mi pensamiento.
Me decía: “Hablarán los días,
y los muchos años darán
a conocer la sabiduría”;
pero ésta es en el hombre
una inspiración,
y es el soplo del Omnipotente
el que enseña.
No son ancianos los sabios,
ni los viejos los que
comprenden
lo que es justo.
Por eso me atrevo a decir:
"Oídme
y daré yo también mi parecer">
(Job 32, 6-10)

martes, 1 de noviembre de 2011

VIVIR EN UN AJETREADO MUNDO



Existen diversos estilos de vida, muchas veces en función de cómo reaccionamos ante el “estrés”. Así, algunos hacen su día a día con malestar, angustiados por las cargas de las que no son capaces de vislumbrar su superación. Otros sin embargo han hecho su modo de vida este estado de estrés. No pueden vivir si no se sienten empujados, arrastrados por el día a día y la rutina, no existe para ellos tiempo libre, ¿libre?, eso ni se lo plantean. El descanso es una pérdida de tiempo total para ellos, no saben “des-cansar” porque no saben cuál es su límite o no quieren ponérselo.

Así, como consecuencia de lo anterior, se entiende que, si se toma dentro de los parámetros ordinarios y razonables, el estrés resulta ser precisamente un estímulo para reaccionar, para funcionar. También es sin lugar a dudas una sensación que surge “por no haber anticipado suficientemente las cosas” en la medida de lo posible. Actúa como un medidor indirecto y subjetivo de nuestras necesidades y preferencia en la vida. Quien no se agobia nunca, y hágame caso cuando se lo digo que hay gente así, no le importa nada, no le importa, en sí misma, la vida. Nos encontraríamos ante el estado de la desesperación absoluta, no la desesperación frustante, de invitación a actuar, sino la desesperación frustrada, de invitación a pasar desapercibido, de pasividad total.

Y este problema no es un “alien” para nuestro conocimiento y experiencia cercana. Sin duda, más incluso si lo padecemos en nuestra propia carne, se trata de un problema que no surge de la noche a la mañana y por sucesos extraordinarios, sino más bien por pequeñas frustraciones del día a día, rutinarias, pero que, y esto si tiene un carácter más inmediato, un día saltan. Estas situaciones nos las encontramos en todo tipo de relaciones sociales, no solo por razón de edad, ya sea en el trabajo o en los conflictos en el ámbito escolar, sino por razón de sexo, ya sea por la discriminación en cualquier sentido y por cualquier otra variable de la que formemos parte.

La solución a esta compleja situación que afecta, no solo enormemente a España, sino al resto del mundo, se intenta paliar con medicamentos y fármacos, que rara vez consiguen más que paliar o mitigar tan solo la desesperación, tranquilizándolos, pero el problema de fondo perdura. Pero la solución a este problema no es la misma para todos los casos, por la variedad y complejidad de algunos casos como ya hemos comentado. Así, podemos, por un lado, huir cuando nos damos cuenta del problema, simplemente dándole la espalda, o enfrentarlo de cara. Hoy día está muy extendida la asistencia a los psiquiatras para poder resolver el problema desde la raíz, y parece que da buenos resultados.

Hablamos más específicamente cuando nos referimos al estrés emocional, aplicable a las personas que se encuentran continuamente en lucha con su entorno. Sin duda esta actividad lleva aparejada numerosos problemas, no solo mentales, sino físicos, de carácter cardíaco incluso, que puede hacer que nos tengamos que preguntar si por lo que nos desvivimos merece la pena.



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