La sociedad en su conjunto está formada, aunque quizás esté mejor dicho decir fragmentada, por individuos y esto constituye el elemento biológico último que se encuentra detrás de toda formación en sociedad. Pero se limita a ser eso, un elemento biológico, el trasfondo innegable para cualquier formación ficticia social que se constituye como el primer rasgo caracterizador de nuestro actuar, es nuestra naturaleza biológica la que nos susurra desde el trasfondo de toda invención artificiosa a la que hayamos podido alcanzar en sociedad.
Esta determinación que se ha calificado por algunos científicos como “gen biológico” es nuestro primer estimulo que nos impulsar a alcanzar cualquier meta personal, individual, que en primer lugar nos satisface pacíficamente y llena nuestras más honestas aspiraciones. Pero este “gen” no se encuentra sometido per se a las reglas de la racionalización o racionalidad operativa, y sin estas su único tope se logra con la desesperación, con la muerte de los deseos. Reflejo de ello es el capitalismo desenfrenado que tanto favoreció la consolidación del consumismo y que hoy día ya empieza a ser criticado con una crudeza cercana a como se hizo con el comunismo el siglo pasado tras su contrastada imposibilidad de sostenerse que tuvo como consecuencia su auto-infligido fracaso rotundo. Aunque, como sigue pasando todavía con este libertinaje económico, seguirá siendo alabado por sus antiguos beneficiarios.
El estímulo personal, de contenido individual, se presenta así por la práctica en la historia, y no por meras fórmulas teóricas que tan solo detentan comprender dicha praxis, como un elemento a encauzar, a imponerle límites, pero sin convertirlo en mera excepción a la prohibición. Esta restricción supone el segundo estímulo de la sociedad respecto de sus individuos en cuanto a que nos formamos societariamente para limitar nuestra desmesurada advocación al individualismo.
Y es así como, al estar organizados en sociedad, esta se encarga de estimularnos, por un lado, atendiendo a nuestra esencia naturalmente biológica en un primer momento, y a impulsarnos por otro lado a limitarla.
Con todo lo dicho, el matrimonio, y en todos los sentidos la familia, supone la figura más reducida de dicha formación societaria, ya que al constituirse se crea una comunidad en cuanto a sus fines y necesidades que deben ser amparadas por la primera como principal fuente de satisfacción, ahora no ya individuales sino societarias. Por todo esto el matrimonio como estímulo social direccionado a la formación societaria de los individuos para el encauzamiento de estos no se delimita a establecer un límite para la ordenación de la satisfacción de necesidades (que pasa a corresponderse de las individuales a las societarias) sino que implica una verdadera pauta ética al actuar egocentrista del individualismo.
Este cauce de la sociedad formada como exigencia social desprende así una importancia de verdadera dimensión global en cuanto que participa activamente en el progreso de la sociedad en su conjunto en cuanto a la puesta en común de necesidades y valores y en la comunión de esfuerzo en satisfacerlos (primero individualmente, y consecuentemente, se traduce en el marco de una sociedad formada en satisfacción del interés societario, interés común, suma de intereses particulares). Esta puesta en común se traduce en una ampliación de las coberturas de las necesidades, limitadas para mero individuo, y significativamente mayores para las uniones societarias (familias), siendo ahora capaces de satisfacer necesidades que ni el más desarrollado conglomerado de individuos, siendo heterogéneos, sería capaz si quiera de atisbar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario